Una de las tendencias resientes en
la educación es el obligar a los estudiantes a realizar presentaciones orales
de algún tema de la clase. Tema que se elige, o se asigna, del prontuario de la
misma. Generalmente esto se convierte en parte de la forma en que será
evaluados. Donde el profesor y los estudiantes dirán cual ha de ser la
calificación que se obtendrá. Por un lado esto crea un problema, ¿qué
estudiante le daría una mala calificación a otro estudiante?
Pero, un problema más serio, es que
los estudiantes están siendo timados por el profesor.
Un estudiante que toma una clase de
teorías de la personalidad, matemáticas, literatura, etc., lo hace porque
quiere aprender (o es un requisito curricular) sobre el tema de la clase. No se
inscribe en una clase de teorías de personalidad, matemáticas, literatura,
etc., para mejorar sus habilidades de su retórica. Para eso existen grupos como
los Toast Masters (verdaderos expertos en el arte de expresarse en público).
En una clase, no se debe aceptar que
otros estudiantes nos eduquen a través “de presentaciones grupales o
individuales”. Ningún estudiante paga por dar clases, o paga por tomar una
charla de otro estudiante. Más importante, un estudiante (salvo raras ocasiones)
no posee las cualificaciones necesarias para poder impartir una instrucción
sobre algún tema. Por eso es que están en la universidad, para obtener el conocimiento
que carece.
Es una falta de respeto por parte de
un profesor poner a estudiantes a dar clase, cuando es él quien ha sido pagado
para hacer esa labor. Así que un profesor cuya clase se fundamenta en las
presentaciones de estudiantes está cayendo en un ejercicio de pereza. Siendo
esta pereza un robo a los estudiantes, un profesor que base su clase en
presentaciones es un ladrón.
Un estudiante tiene el pleno derecho
de exigir que su clase sea impartida por el profesor y no por un estudiante.